Skjelmose da la campanada ante Pocagar y Evenepoel en una Amstel para el recuerdo

Con la llegada de las clásicas de las Ardenas empezaban las cábalas. Tadej Pogacar, que si Remco Evenepoel… Ambos acaparaban toda la atención, todas las miradas y el favoritismo, y partían con el firme propósito de completar el Tríptico en el mismo año, un hito que solo Davide Rebellin (2004) y Philippe Gilbert (2011) habían logrado en toda la historia del ciclismo. Y a las primeras de cambio, ninguno de ellos estará en disposición de conseguirlo esta temporada… Entre tanto gallo, entre tanto glamour, llegó un corredorazo que todavía no goza de la fama de los grandes, pero cuya gesta de este domingo en la Amstel Gold Race será eternamente recordada. Una de esas agradables sorpresas que trae el deporte de vez en cuando, como la gesta de Sonny Colbrelli en la París-Roubaix 2021.

En un ejercicio de valentía y estrategia, Mattias Skjelmose firmó su primer triunfo en las Ardenas ante los dos magníficos, Pogacar y Evenepoel, a los que dejó con un palmo de narices cuando parecía que lo tenía todo en contra. El danés fue el primero de los favoritos en saltar a por Pogacar, que se había escapado en solitario a más de 40 km de meta. Después se le unió Evenepoel, y ambos colaboraron por el objetivo común de cazar al esloveno, que mostró una de las versiones más humanas que se le recuerdan. Con los tres agrupados, todo se decidió en un esprint agónico en el que se intercambiaron posiciones hasta los últimos metros, en los que Skjelmose demostró que de punta de velocidad también va sobrado. Desde lo más alto del podio se tomó la tradicional cerveza, escoltado por Pogacar (2º) y Evenepoel (3º), cuyos tragos fueron más amargos.

Después de varios intentos frustrados por el pelotón, ocho corredores establecieron la fuga: Rémi Cavagna, Robert Stannard, Emiel Verstrynge, Cedric Beullens, Jarrad Drizners, Hartthijs De Vries, Jelle Johannink y un Michel Hessmann que empieza a hacerse notar en el Movistar. Aunque dispusieron de más de 4 minutos de renta, nunca supusieron una amenaza para el gran grupo, que poco a poco fue reduciendo diferencias para tenerlos a tiro cuando sonasen tambores de guerra. Con un total de 35 cotas a superar, los gallos tenían la sartén por el mango. Con el transcurso de los kilómetros, la mayoría de ellos se mantuvo en calma, pero tres nombres sumamente importantes sufrieron un percance en forma de caída. Por suerte, para Evenepoel, Van Aert y Nys, pudieron regresar rápido al pelotón tras verse momentáneamente cortados.

Los últimos 90 km serían los decisivos, especialmente con la subida al Cauberg, cuyo tercer y último paso se ubicaba a 2 km de meta. Un final más exigente para una carrera de por sí durísima. Y entre medias se habían de superar otras cotas tan emblemáticas como el Kruisberg y el Keutenberg, A ese punto no llegarían los fugados ni Narváez, retirado por caída, pero Pogacar no tenía demasiados motivos para echarle de menos al contar con lugartenientes de lujo como Wellens, McNulty, Sivakov… A 48 km de meta llegó un giro de guion imprevisto, un suceso que hace no tantos años jamás se habría catalogado como sorpresa. Alaphilippe atacó en el Gulperberg y dejó atrás a la mayoría de favoritos, como antaño. Su problema era que en aquellos tiempos no aparecía a su rueda un tal Pogacar…

Pero rápidamente, el esloveno devolvió a Loulou a su actual realidad. El duelo intergeneracional duró solo cinco kilómetros, momento en el que Pogacar, a base de ritmo, dejó sentado al francés en otra colina. Con más de 40 km por disputarse, parecía demasiado terreno para un corredor en solitario, pero en el caso de Pogacar es el pan de cada día. Evenepoel jugó por detrás con cierta sangre fría, esperando su momento. Incluso no reaccionó al ataque de Skjelmose, que soltó al resto de favoritos con cierta facilidad. A 25 km de meta, Remco hizo su apuesta, no podía esperar más. Alcanzó enseguida al danés y juntos empezaron a colaborar. La unión pronto hizo la fuerza: a 20 km del final, los casi 40 segundos de renta de Pogacar se convirtieron en 13. Había carrera.

Y tanto que la hubo… Carrerón con mayúsculas. Después de mucho remar, en una de sus innumerables miradas hacia atrás, Pogacar vio a sus perseguidores muy cerca, tanto que no le valía la pena gastar más balas en solitario. Levantó el pie y se produjo el reagrupamiento a 8 km del final. Desde Vingegaard en el pasado Tour de Francia, nadie daba caza a Pogacar cuando el esloveno rodaba en solitario en cabeza. Golpe de efecto. Las fuerzas estaban tan justas, que ni siquiera el esloveno se movió en el Cauberg, cuyo último paso fue meramente testimonial. Todo se jugó en un esprint que lanzó Remco, que Pogacar lideró y que Skjelmose remató por un tubular sobre el esloveno. El próximo miércoles, nueva ración de este inesperado trío en la Flecha Valona. Que siga la fiesta.

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