La revolución Flick
El alemán ha zarandeado tácticamente al Barça y a la Liga con un fútbol total. Esta es la historia de cómo construyó un equipo bello y ganador en el campo; y que mentalmente, se ha convertido en casi indestructible.


El primer o con el fútbol del niño Hansi Flick fue el BSC, el equipo del pueblecito donde creció, Mückenlock. Este verano, AS visitó sus instalaciones para conocer los orígenes del entrenador alemán. El vestuario estaba empapelado de palabras que representan valores: begeisterung (entusiasmo), vertrauen (confianza), wille (voluntad), s (diversión). Todas, de una manera u otra, han estado en las entrañas de este Barça campeón que lleva el sello del entrenador nacido hace 60 años en Heidelberg. Ha sido la revolución de Flick. La historia de la Liga 28 del Barça empezó a escribirse hace justo un año en Inglaterra. Deco y Bojan viajaron a Londres para reunirse con Hansi Flick en el domicilio particular de Pini Zahavi, en el barrio de Mayfair. “Tenemos entrenador”, cuentan que le dijo Deco a Joan Laporta cuando terminaron de escuchar la exposición del alemán, que había impresionado a los de la comisión deportiva por su conocimiento de la plantilla, determinación y, sobre todo, por compartir una idea con el brasileño: a una mayoría de jugadores se le podía sacar mucho más rendimiento.

Dos días después de la reunión de Londres, Flick, que por entonces era el único candidato posible al banquillo junto a la opción de la casa, Rafa Márquez, fue avisado de que sería el entrenador del Barça. Y se puso manos a la obra. Habló personalmente con jugadores como De Jong, se envió mensajes con otros durante la Eurocopa. Por ejemplo, Lamine. Y, paralelamente, el club revolucionó su organigrama de preparadores físicos, que desde el pasado verano lideraba Julio Tous, quien incorporó a Pepe Conde, Rafa Maldonado y Germán Fernández. El alemán diseñó su revolución táctica en la gira por Estados Unidos. Anunció a sus jugadores que, como el Bayern del Sextete, su equipo jugaría un fútbol total, de presión asfixiante y con una línea defensiva de riesgo que situaría en el centro del campo. La idea fue recibida con cierto escepticismo por sus jugadores. Pero caló.
Rígido y disciplinado, inflexible con los horarios, pero cercano y muy humano en el trato, Flick no quiso ni una presentación oficial. Para él, la clave del éxito no iba a estar en lo que se viese desde fuera, sino lo que hubiese dentro. Por eso le dio valor a detalles aparentemente poco importantes, como recuperar la ropa de equipo antes de los partidos. Le pareció que, vistiendo todos igual, se hacía más equipo. Flick, poco dado a las excusas, asumió las penurias económicas. Dani Olmo (más allá de Pau Víctor) fue el único fichaje y ni siquiera pudo empezar la temporada. En Valencia, el Barça ganó con un equipo absolutamente random, manejado en el centro del campo por Marc Bernal y Marc Casadó, dos anónimos. Pronto, sin embargo, empezaron a verse rasgos de identidad muy fuertes en el Barça de Flick. Un nivel físico altísimo, un hambre desmedida por hacer goles sin especular con el marcador. Un equipo plantado con un 4-2-3-1 en el que, desde el inicio, Iñigo se convirtió en líder de la defensa y Pedri cogió el volante y istró en los delanteros. El 0-4 del Clásico en la jornada 11 confirmó que el Barça era algo más que un “patio de colegio”. Flick también se ha sobrepuesto a los malos momentos. El “shit november” y un mes de diciembre también pésimo. Cuatro derrotas en siete partidos y algunos nervios que le costaron la expulsión en el campo del Betis y una sanción de dos partidos sin sentarse en el banquillo que terminaron en derrotas ante Leganés y Atlético.
Flick, sin embargo, mantuvo la calma y no se movió un centímetro del camino pese a que en Navidad tuvo que soportar también los nervios del vestuario por el caso Olmo. Como con las lesiones, más o menos graves durante la temporada, de Ter Stegen, Christensen, Bernal, Casadó, no sacó el manual de excusas. 2025 terminó dándole la razón. El Barça recuperó siete puntos de desventaja que terminó convirtiendo en siete de renta. Un +14 en cinco meses en el que, como al principio de temporada, el Barça demostró su lado más salvaje y plasmó la revolución de su entrenador, con remontadas apoteósicas contra Atlético, Celta o Madrid. Flick ha construido un equipo que, más allá de unos números espectaculares, se siente capaz de todo. Milán demostró que es humano, pero mentalmente es tan bueno como en el juego.
La honestidad también marca a Hansi Flick. Todas sus decisiones, aunque hayan sido difíciles, han estado basadas en el bien común. Empezando por la pretemporada, cuando se sinceró con Gündogan y le dijo que no lo veía en un equipo que iba a presionar de manera desbocada, algo que sí tenía en futbolistas como Fermín o Gavi. No sucumbió a presiones en la portería y puso a Szczesny cuando creyó oportuno pese a que la decisión de prescindir de Iñaki Peña generó controversia. Tampoco le temblaron las piernas para dejar en el banquillo a Frenkie de Jong hasta que mejoró en nivel a Casadó. Y uno de los capitanes, Araújo, ha vivido en el banquillo superado por Cubarsí e Iñigo. Así es cómo ha ido ganándose al vestuario al punto de que los futbolistas le siguen de manera casi fanática. Saben que los mejora. El alemán ha aumentado el valor de la plantilla en casi 140 millones de euros y su relación con los jugadores parece sana y auténtica. Seguramente, una de las claves del éxito.
Ahora, renueva hasta 2027. Es siempre uno de los interrogantes que rodean a Flick. Cómo un entrenador de 60 años con semejantes conocimientos de fútbol ha entrenado tan pocos años en la élite como primer técnico. Tal vez Barcelona era su sitio... Veremos hasta dónde llega la revolución Flick.
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