CRÓNICAS

The Horrors, adicción a la noche

La banda del cisne negro Faris Badwan pasó por Madrid ocho años después para presentar ‘Night Life’ y siguen desplegando su nocturnidad turbia y suntuosa.

La nueva formación de The Horrors, con Faris Badwan al frente.
Carlos Forjanes
Nació en Madrid en 1982. Desempeña desde 2007 en AS las funciones de redactor primero en la sección de Fútbol y poco después en la del Real Madrid. En ella ha cubierto, entre otros torneos, tres finales de la Champions League. También forma parte del programa ‘Tres de Descuento’ en el Twitch de AS y presenta el espacio ‘Fútbol Sapiens’ en AStv.
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Hay cosas que nunca cambian con The Horrors. Que Faris Badwan es un cisne negro sin arrugas, que en sus bolos en Madrid verás entre el público a Alaska y Mario Vaquerizo y que la música de estos británicos marida con la noche, de lo suntuoso a lo turbio. Ni siquiera cuando han tenido acercamientos a la luminosidad como con aquel Skying (2011) logran escapar. Tras un parón larguísimo de siete años y tres perdidos por el camino, The Horrors ha desenfundado Night Life y vuelven como lo dejaron: haciendo una oda a las neblinas de todo lo que sucede cuando cae el sol. Lo mostraron a su paso por la madrileña Sala Mon dentro del ciclo de salas organizado por Primavera Sound.

La interminable figura de Badwan, envuelta en un imposible outfit, se dibujó sin mucho preámbulo y con menos se lanzaron a mostrar una canción de Night Life, escogiendo Silence that remains (titulada Final Episode en su origen en el estudio, por cierto) y como el que no quiere la cosa, 16 años atrás en la máquina del tiempo. Para recordar que una vez fueron esos chavales que se cargaron la mítica bola del techo de la sala Moby Dick, acelerón con Three Decades y Mirror’s Images. El Primary Colours (2009) a la vena.

The Horrors, adicción a la noche

De aquellos Horrors sólo quedan su núcleo base, Faris y el bajista Rhys Webb, ahora acompañados por Amelia Kidd, Jordan Cook y Joshua Hayward; estos Horrors no difieren en exceso. El fallido V (2017) los devolvió a la cueva pero han salido con fuerza. Se pudo ver en esa descarga industrial con Silent Sister que ya le gustaría firmarla al actual Marilyn Manson. Un puente hacia temas de desarrollos largos como la imponente Sea within a sea (con guiño a Palestina) y también experimentos como tocar los siete minutazos de Lotus Eater que de tan electrónica prescinden del batería y el guitarrista. Un banda con un sonido impecable, que vive en esa delgada línea entre el underground y las líneas principales de los carteles festivaleros y que sigue bebiendo de los ochenta con un paladar exquisito. Como con antecierre, enrojecido con Scarlet Fields que no deja de embrujar con su bajo y la sensación festiva de Something to me by en la que hasta Bawdan acabó involuntariamente por los suelos. Grandísimos.

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